Vecinos en Mérida, México, creen que una antena les provocó cáncer, aunque la ciencia diga todo lo contrario

Steve Saldaña

Editor Senior

Periodista de tecnología y ciencia. Escribo y analizo la industria de plataformas tech en México y soy fan de la ética tecnológica. También soy miembro de la Red Mexicana de Periodistas de Ciencia. Hago locución comercial, produzco podcast y soy presentador del podcast semanal ROM. LinkedIn

Un grupo de vecinos en Mérida, Yucatán, están convencidos de que la antena de telefonía del barrio podría estar causando cáncer a los habitantes de la colonia Pinos. Los testimonios son de lo más variados, desde quien le atribuye cáncer de próstata y desprendimientos de retina a la antena, hasta quien pide solo se hagan más estudios para que el gobierno decida dónde colocar la antena y así "no lesione a los ciudadanos".

Se trata de un reportado publicado a mediados de junio por 'Yucatán al Minuto' que ha sido visto casi cien mil veces al momento de hacer este texto. El reportero comienza: "antena de telefonía móvil podría ser la causa de proliferación de cáncer".

Sí, las antenas de telefonía móvil emiten radiación, pero también lo son las ondas de radio; la diferencia es que uno no vive preocupado por el daño que le puede hacer la estación de radio que escucha.

El problema, de acuerdo a la Organización Mundial de Salud (OMS) está en la difusión en medios de comunicación de estudios científicos recientes y no confirmados que provocan sentimientos de inseguridad. Pero de hecho, la OMS auspicia desde hace más de una década estudios sobre campos electromagnéticos cuyos resultados puedan, como cualquier estudio de que digne de utilizar metodología científica, ser reproducidos bajo distintas condiciones.

Un estudio publicado en la Revista Cubana de Militar lo deja en claro:

"Son numerosos los trabajos que hacen referencia al posible efecto cancerígeno de las radiaciones no ionizantes.27-29 Los resultados obtenidos por estos y otros autores son inconsistentes, resultan ser estudios muy diferentes en cuanto al diseño, ejecución e interpretación de los experimentos realizados. Ni los efectos encontrados ni sus implicaciones sobre la salud humana están suficientemente dilucidados científicamente"

Para entender por completo cómo es que hay campos electromagnéticos inofensivos y otros peligrosos para el organismo, primero hay que entender qué es eso que llamamos 'espectro electromagnético'.

Convivimos con el espectro electromagnético a veces más que con la familia: el espectro está en los colores que percibimos, en los sonidos que escuchamos, y los móviles que usamos. En el espectro electromagnético se mueven las ondas de radio, las microondas, y hasta lo que percibimos como luz. En realidad lo que percibimos como "luz" es una radiación electromagnética y nuestros ojos sirven como antenas y los colores que percibimos, sin embargo, es una ínfima parte del espectro electromagnético.

Todas las mencionadas están dentro de la categoría de radiación "no ionizante", lo que quiere decir que su energía es tan mínima, que no puede alterar los enlaces químicos dentro del cuerpo. En la misma categoría está el sonido, el infrarrojo, y claro, el espectro visible de luz.

Desde luego existe la radiación ionizante, que sí puede interponerse en los enlaces naturales de las moléculas del cuerpo, y que son por todos bien conocidos por su peligrosidad. Hablamos de los rayos X, los rayos gamma y los rayos cósmicos, todos ellos con frecuencias enormes y con longitudes de onda tremendamente mínimas, del tamaño de moléculas y átomos.

Estas últimas tienen una frecuencia altísima y una corta longitud de onda. En cómo clasificamos las ondas está la verdadera razón de por qué alguna radiación es considerada peligrosa y otra es inocua. Toda onda de espectro electromagnético se mide en ambas, en donde una onda con mayor frecuencia tiene consecuentemente una menor longitud de onda. Las ondas es cómo la energía se dispersa, en donde si las ondas son más cortas tardarán menos tiempo en completar un ciclo. Cuántos ciclos puedan ser completados en un segundo, es a lo que llamamos "frecuencia" y su unidad de medida son los Hercios, o Hz.

Así puede haber ondas de energía de 1 Hz (un ciclo por segundo) u ondas de energía con infinidad de Hercios por segundo.

Desde luego, para que una onda sea más corta, el espacio que hay entre cada ciclo es mayor. Es tan fácil como que las ondas de radio, que son las que menor frecuencia tienen en el espectro, tienen longitudes de onda en ocasiones de kilómetros.

Como se aprecia en la imagen, en orden ascendente de frecuencia, a las ondas de radio le siguen las microondas, el infrarrojo y el espectro visible de luz, lo que nosotros percibimos como colores.
1,000 Hercios conforman un Kilohercio (KHz). 1,000 Kilohercios conforman un Megahercio (MHz). 1,000 Megagercios conforman un Gigahercio (GHz).

Hasta los 300 GHz es que las frecuencias son consideradas como no ionizantes. En todo este espectro se mueve lo que identificamos como sonido (teóricamente oímos frecuencias de los 20 a los 20,000 Hercios), las frecuencias bajas en donde se desarrollan las ondas para navegación aeronáutica y marina (30 a 30 KHz), las frecuencias medias para difusión de AM (530 a 1605 KHz) y las frecuencias muy altas donde está el FM (88 a 108 MHz) y las frecuencias ultra altas donde están los servicios de telefonía y más telecomunicaciones (300 a 3,000 MHz).

Bandas de frecuencias utilizadas para telecomunicaciones.

A partir de 1 GHz y hasta las 300 GHz, el límite de las no ionizantes están las microondas, usadas para la difusión de televisión, dispositivos móviles, procesamiento de alimentos, medicina, y sí, cocinar alimentos. La conclusión de que el horno de microondas que está en nuestra cocina no provoca cáncer, es más que clara.

La explicación de por qué no es buena idea meter metal al horno de microondas, pasa por que el metal refracta las microondas. Estas ondas electromagnéticas no lo traspasan, como a cualquier superficie.

Con las antenas de telefonía móvil y dispositivos celulares moviéndose a menos de 300 GHz, es claro de no pueden alterar vínculos químicos intracelulares para facilitar la anómala reproducción celular en el cuerpo y provocar cáncer. De ahí que el informe sobre radiofrecuencias y salud del Comité Científico Asesor en Radiofrecuencias y Salud en España confirme que no se han observados efectos adversos en la salud derivados del uso de telefonía móvil y Wi-Fi.

La conclusión es la misma en estudio Interphone, el más elaborado que existe hasta ahora para el cual se recopilaron datos de usuarios expuestos a móviles durante 10 años. Este último es el estudio referente para la Agencia Internacional de Investigación del Cáncer de la OMS.

Aún así, sigue existiendo gente que asegura ser "hipersensible a campos electromagnéticos", lo que, dicen, les causa depresión, alteraciones de sueño y hasta episodios epilépticos. La OMS no respalda que nada de ello esté relacionado a campos electromagnéticos ante la falta de evidencia científica sobre aquella "hipersensibilidad". De hecho, "no hay mecanismo biológico aceptado" que le explique.

El único efecto bien documentado de las radiaciones no ionizantes está en el aumento de temperatura en el cuerpo. Se ha comprobado que los campos de radiofrecuencias pueden aumentar la temperatura corporal incluso en más de 1 grado Celsius, lo que ocurre especialmente en instalaciones industriales. Fuera de ello, las estaciones base de redes inalámbricas tienen un campo electromagnético tan bajo que los aumentos de temperatura son menores.

La luz ultravioleta se mueve en frecuencias no ionizantes y sí ionizantes. La primera se usa para esterilizar equipo médico, pero la más letal puede provocar alteraciones a nivel celular. Desde luego, el sol es su principal fuente.

Con tanta evidencia científica, ¿cómo es que estudios que no han obtenido la aprobación de la comunidad científica se meten en la médula de medios y usuarios y despierta el temor por un fenómeno tan lejos de estar comprobado como el vínculo de causalidad entre cáncer y antenas? La clave podría estar solo parcialmente en aquellos estudios, y más en la sensación de "falta de control" sobre dónde están ubicadas las bases.

Desde la OMS se asegura que para entender el fenómeno deben considerarse otros factores como las "molestias estéticas" y la poca participación que se les permite a los pobladores sobre la colocación de las antenas.

Al final, la solución pasa por una efectiva comunicación con el público, una que les involucre en el proceso, pero que también incluya información especializada y científica fiable, que aumente la confianza en sistemas cuya operación se basa en fenómenos conocidos desde el consenso científico, como lo es el espectro electromagnético.

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