Lucha Libre es más allá de "rudos vs técnicos": así nació, y evolucionó, el espectáculo deportivo más icónico de México

Steve Saldaña

Editor Senior

Periodista de tecnología y ciencia. Escribo y analizo la industria de plataformas tech en México y soy fan de la ética tecnológica. También soy miembro de la Red Mexicana de Periodistas de Ciencia. Hago locución comercial, produzco podcast y soy presentador del podcast semanal ROM. LinkedIn

Yo era de los que no creía en la lucha libre. No es que la odiara, pero tampoco es que me ocasionara algo más que indiferencia. Así pasé cerca de 20 años hasta que, por un encargo escolar, me fue encomendada la "tarea" de asistir a la Arena México a ver un show completo.

Como adivinará quien ha asistido a un espectáculo así, dos horas después de entrar por las amplias puertas que guardan a la Arena al interior de la colonia Doctores, terminé yo ahí gritando con una bolsa de papitas en la mano, reclamando por una patada voladora más y el seco sonido del golpe que los luchadores dan con la mano a la indefensa lona.

¿De dónde es que venía mi aversión entonces? Luego de repensarlo, me di cuenta que tenía origen en mi asociación mental de la lucha libre, con lo que llamamos mal gusto.

No lo digo yo solamente, la Enciclopedia del Mal Gusto, realizada por Jane y Michael Stern le consideraban en dicho catálogo desde 1990, pero, ¿por qué privarse uno espectáculo tan hedonista como lo es un show de luces con hombres arrojando golpes en mallas de colores, cuando hay muchas mentes mucho más intelectuales que la de un servidor que no tienen reparo en apreciarle?

José Emilio Pacheco es un ejemplo innegable, y si bien le era bien sabida su afición por el deporte, él mismo no se guardaba la crítica a la teatralidad y el dramatismo de la lucha, lo que describía de manera tan atinadamente en las reflexiones desesperanzadoras del protagonista de su cuento El Pincipio del Placer.

Pero no es el único, Carlos Monsivaís encontraba en la lucha libre un objeto de estudio fascinante. El culto a las máscaras, su función catártica y la teatralización de la lucha del bien contra el mal, eran solo algunas de sus razones.

Quizás, la motivación tras el comprender la lucha libre (aunque algunos le acusan de un ritual de normalización de la violencia), sea porque entenderla significa entender a la vez ciertos aspectos intrínsecos de la mexicanidad, toda vez que la lucha libre, es un elemento indisociable de la cultura popular mexicana.

Haciendo mexicana la lucha libre

En primer lugar debemos comprender de donde proviene. La lucha libre tiene su inspiración en la lucha grecorromana, aquella en donde predominan las llaves utilizando principalmente brazos y torso. Sin embargo, el nivel de apropiación que le hemos empeñado al deporte ha tenido como resultado que adquiera sus propias distinciones técnicas, tal como las maniobras aéreas.

La lucha libre fue introducida en México por Enrique Ugartechea a mediados del siglo XIX, durante la intervención francesa en México; pero Ugartechea no solo desarrolló los primeros movimientos y técnicas, sino que él mismo se convirtió en luchador.

Ya entrando al siglo XX, dos japoneses se posicionaron como leyendas de la lucha libre: el Conde Koma y Nabutaka, ambos realizando exhibiciones a través de compañías teatrales y el primero de ellos siendo luchador además de judo, sumo y hasta wrestling, lo que explica las distintas combinaciones de técnicas que hacían a su lucha muy atractiva.

El impacto de estas exhibiciones impresionaron a un joven Salvador Luttherot, quien fundó en septiembre de 1933 la Empresa Mexicana de Lucha Libre, la que es considerada la organización de promoción de lucha libre profesional más antigua en México y en el mundo, misma que en el camino se transformó en el Consejo Mundial de Lucha Libre.

Y así nació la lucha libre formal en México. Actualmente a Luttherot se le conoce como el "padre de la lucha libre".

El espectáculo siguió creciendo primero a paso modesto, y después en la década de los 50, recibió una exorbitante implosión con la llegada de los enmascarados emblemáticos de la lucha libre, y la apertura en 1956 de su escenario por excelencia: la nueva Arena México, con capacidad de hasta 17 mil personas.

En la misma década pasaron muchas cosas que impulsaron el deporte. Llegaron las grandes leyendas de la lucha libre mexicana, desde El Santo, Mil Máscaras, el Huracán Ramírez y desde luego Blue Demon y Black Shadow, este último ampliamente reconocido como precursor de las técnicas aéreas en la lucha libre mexicana.

Para ser un deporte con relativamente poca historia, sorprende el nivel con el que el mexicano comenzó a proyectarse en la lucha libre. El ejemplo claro está en los rudos y los técnicos, bandos que rápidamente se convirtieron en la representación de muchas otras cosas: la lucha del bien contra el mal, la de la clase trabajadora contra la clase alta, la del oprimido contra el opresor.

Hasta en El Santo podemos encontrar un aura similar, pues desde el nombre involucra cierta connotación religiosa que muchos infieren tiene todo que ver con la proporción del éxito del luchador.

Entre muchas películas repletas de catorrazos y muchas risas comenzaron a acercarse los 70 y 80, y las décadas comenzaban a hacer peso en los héroes que envejecían a cada momento.

Afortunadamente la lucha libre en México continuaba siendo un show demasiado espectacular como para morir joven. Nuevas promesas de enmascarados se fueron uniendo en la década de los 80, tales como El Perro Aguayo, Tinieblas y Lobo Rubio y fueron estos nuevos héroes quienes incorporaron técnicas y movimientos propias de las artes marciales japonesas y chinas, lo que le otorgó un grado de espectacularidad al show aún mayor.

La consolidación del show

En 1992 fue fundada la Triple A, la empresa de lucha libre profesional que se encarga de promocionarle tanto dentro como fuera del país. Con la llegada de la Triple AAA también se introdujo el uso del hexadrilatero, el incremento de luces y sonido en las peleas para impregnarles la sensación de un show, y hasta el estilo extremo en la lucha libre.

Este último género ha tenido cada vez más eco, sobre todo en organizaciones clandestinas y marginales, pues se trata de la versión más sangrienta de la lucha libre en donde está autorizado el uso de sillas, tubos y hasta arenas con pequeños vidrios.

La llegada del show bussiness al deporte se presentó con una serie de retos. Los intentos por que el espectáculo asemejra en magnitud a la WWE de Estados Unidos se han traducido, según no pocas voces, en la falta de pagos justos, la existencia de promotores abusivos y hasta luchas arregladas.

Eso sí, la nueva era no ha estado exenta de nuevos talentos, aunque ninguno con la popularidad de los enmascarados de antaño. La Parka, Octagón, y ya en el nuevo siglo, Místico, son solo algunos de ellos. En la actualidad, la nueva generación se conforma de enmascarados como Volador Jr., Mister Niebla, Niebla Roja, Sangre Imperial y Gran Guerrero. Además, en aras de atraer a otros sectores, cada vez más incrementa la diversificación del show por lo cada vez es menos extraño la inclusión de luchas Mini y de mujeres.

La suspicacia de que todos estas nuevas figuras en la lucha libre se deban exclusivamente al objetivo de generar más ganancias, viene generando controversia desde hace algún tiempo ya. No obstante, la lucha libre ha encontrado la manera de seguir siendo consumida de distintas formas; de acuerdo a Miguel Reducindo, del Consejo Mundial de la Lucha Libre cada viernes se reúne en la Arena México entre 9 y 10 mil personas.

Por si fuera poco, la lucha libre ha encontrado la forma de migrar desde su tradicional transmisión en televisión abierta en Galavisión, a Twitch. Eso sí, solo la Triple A puede verse ahí a través del canal oficial.

De una u otra forma la Lucha Libre en México sigue viva, ya sea bajo el foco de los grandes medios, o bajo el aura de la clandestinidad.

Imágenes | AAA

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