Sin acero para construir, en la Segunda Guerra Mundial se recurrió a algo inesperado: barcos de concreto

Barco Hormigon
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Luis Ángel Márquez Flores

Editor Jr
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Durante la Segunda Guerra Mundial, la necesidad de recursos estratégicos como el acero llevó a ingenieros y gobiernos a considerar alternativas impensadas. Una de las más sorprendentes fue el uso de concreto armado para construir barcos. Aunque hoy suene extraño imaginar una embarcación hecha de cemento, esta práctica tuvo antecedentes y logró cumplir un rol relevante en situaciones de emergencia, especialmente durante los momentos críticos del conflicto.

El uso de hormigón armado en embarcaciones no comenzó con este conflicto armado. Ya en 1848, el francés Joseph-Louis Lambot construyó una pequeña barca de este material para presentarla en la Exposición Universal de París de 1855. Posteriormente, en 1896, el italiano Carlo Gabellini diseñó el Liguria, considerado el primer barco de concreto armado para alta mar.

Ventajas de usar concreto en los barcos

El material ofrecía ventajas atractivas: era resistente a la corrosión, tenía buen aislamiento térmico y era más seguro frente al fuego, ideal para transportar mercancías sensibles. Durante la Primera Guerra Mundial, el uso del concreto armado cobró fuerza ante la escasez de acero. En Noruega, por ejemplo, se construyó el Namsenfjord, un carguero de 26 metros y 400 toneladas.

Estados Unidos, por su parte, lanzó un programa ambicioso que contemplaba la construcción de 24 buques de hormigón armado. Uno de ellos, el SS Faith, logró operar durante varios años en rutas comerciales. Sin embargo, su vida útil fue corta: en 1921 ya había sido vendido para convertirse en un rompeolas en Cuba. Pese a su bajo costo de construcción, resultaban caros de operar, lentos y con menor capacidad de carga útil, por lo que su uso decayó tras el conflicto.

Namsenfjord Barco

Su papel durante la Segunda Guerra Mundial

Fue durante este periodo cuando los barcos de concreto armado reaparecieron como una medida de emergencia. La demanda de acero era tan alta que se retomó esta alternativa para apoyar operaciones logísticas, especialmente en el contexto del desembarco de Normandía. A diferencia de los intentos anteriores, en esta ocasión se utilizaron principalmente barcazas de carga y buques no destinados a navegación activa a largo plazo.

Estas embarcaciones cumplieron funciones muy específicas. Algunas fueron deliberadamente hundidas para formar parte de los Mulberry harbours, puertos artificiales diseñados por los aliados para desembarcar tropas y suministros en las costas francesas tras el Día D. Aunque no eran veloces ni eficientes en el mar, su uso estratégico resultó clave para proteger las estructuras flotantes de los ataques y del oleaje, facilitando el avance de los aliados.

Barco De Hormigon

Segunda vida

Después de la guerra, la mayoría de estos barcos fueron abandonados o reaprovechados como infraestructura portuaria. En lugares como el río Támesis, aún pueden verse barcazas de concreto que hoy actúan como protección contra inundaciones. También en Virginia, en Estados Unidos, Canadá y otras regiones costeras, algunos barcos fueron hundidos de forma controlada para actuar como rompeolas o muelles. Incluso se utilizaron en pruebas nucleares.

Aunque en la actualidad ya no se utiliza para navegación, el concreto armado sigue siendo útil en el ámbito náutico. En lugares como Países Bajos se emplea en la construcción de barcazas flotantes que sirven de base para viviendas sobre el agua, protegidas con materiales adicionales para asegurar su durabilidad.

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