La idea de volar ha vivido en el imaginario colectivo desde tiempos inmemoriales; tenemos el mito de Ícaro como ejemplo de ello. En la práctica, pocas personas se animaron a arriesgar su vida con el fin de conquistar los cielos, y uno de ellos fue un erudito andaluz que terminó inventando un prototipo de paracaídas, no sin evitar romperse las piernas.
De nombre Abbás Ibn Firnás, este científico era un apasionado de la curiosidad y el arte. Entre todo lo que le llamaba la atención, tenía un objetivo claro: volar. Para ello, saltó en dos ocasiones desde la torre más alta de la Mezquita de Córdoba.
Abbás Ibn Firnás vivió durante el Califato de Córdoba, en lo que antes se conocía como Al-Andalus y ahora llamamos Andalucía. Se trataba de un hombre sumamente curioso, inventor y artista. Estudió química, física y astronomía, por lo que era todo un conocedor de las ciencias.
Como inventor, se encargó de crear un reloj de agua y dos artefactos de moda en la astronomía del siglo IX: una esfera armilar y un planetario mecánico. Además, era conocedor de las Zīj as-Sindhind, un sistema de tablas con el cual se podía medir la posición del Sol, la Luna y los demás objetos del sistema solar.
Pocas personas tan inventivas como Abbás Ibn Firnás han pisado la Tierra; sin lugar a dudas, era una especie de Leonardo Da Vinci o Galileo Galilei en el Califato de Córdoba, varios siglos antes de que aparecieran estos personajes durante el Renacimiento. En ciertos lugares de la comunidad árabe es una figura respetada por su capital intelectual, e incluso hay una estatua en su honor adornando el aeropuerto internacional de Bagdad (la misma que en la portada).
El sueño de volar
Pues bien, esta interesante figura se encargó de saltar en dos ocasiones desde la punta más alta de la Mezquita de Córdoba, la cual en la actualidad tiene una altura de 54 metros. Así, en su primer intento, como un miembro de la "hermandad" de Assassin's Creed, dio un salto de fe y se arrojó al vacío solo con una manta que sostenía con sus manos.
No es necesario explicar que el plan no salió como esperaba, pues apenas pudo estar en el aire por unos escasos segundos hasta que chocó contra unos árboles. Sin embargo, unas cuantas heridas no lo iban a hacer desistir de su gran ambición de volar. Pasaba mucho tiempo estudiando a las aves, intentando comprender cómo lograban elevarse por los cielos.
El primer salto lo dio alrededor de sus 42 años, edad a la cual en aquella época ya se le consideraba una persona mayor, y su segundo intento lo realizó a los 65 años. Con la experiencia previa, ya no se limitó a utilizar una manta como planeador, sino que diseñó todo un armatoste de madera que simulaba las alas de un pájaro. Cubriendo con tela de seda y plumas la estructura, estaba listo para demostrar que podía volar.
Llegó a la mezquita, subió lo más alto que pudo, y se arrojó nuevamente. En esta ocasión, logró mantenerse en el aire por más tiempo que en su anterior experiencia, pero su diseño tenía un problema: contaba con alas, pero no con cola. Aquello provocó que se desplomara y que inevitablemente terminara con las dos piernas rotas, aunque había volado.
En Córdoba hay un puente que lleva su nombre y tiene una arquitectura similar a las alas de Abbás Ibn Firnás. Si bien este hombre no logró volar tanto como quiso, sí fue precursor en sus intentos de hacerlo, aportando a la aeronáutica. Después de todo, la ciencia es una pirámide que poco a poco se va construyendo, con las aportaciones de quienes intentan llegar a los inventos o descubrimientos, pasando de generación en generación los avances y experiencias.