Año bisiesto: la ciencia detrás de por qué tenemos 29 de febrero cada cuatro años, aunque nos “olvidaremos” de él en el año 2100

Año bisiesto: la ciencia detrás de por qué tenemos 29 de febrero cada cuatro años, aunque nos “olvidaremos” de él en el año 2100

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Año bisiesto: la ciencia detrás de por qué tenemos 29 de febrero cada cuatro años, aunque nos “olvidaremos” de él en el año 2100
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Steve Saldaña

Editor Senior

Periodista de tecnología y ciencia. Escribo y analizo la industria de plataformas tech en México y soy fan de la ética tecnológica. También soy miembro de la Red Mexicana de Periodistas de Ciencia. Hago locución comercial, produzco podcast y soy presentador del podcast semanal ROM. LinkedIn

El día 4 de octubre de 1582 sucedió algo que no volvió a repetirse en toda la historia. Cuando el reloj dejó el minuto 11:59 de la noche, se avanzó 10 días, con tal de alcanzar al "calendario real". El día siguiente al 4 de octubre no fue el 5 de octubre, sino el 15.

El problema a resolver se originó 1,600 años antes, y su autor no fue otro sino Julio César, el famoso emperador romano.

César acudió a estudiosos, investigadores, gente de ciencia de la antigua Grecia, que le dijeron que la solución definitiva para dejar de perder de vista los solsticios, como ocurría en el calendario romano, era instituir lo que llamaron "años bisiestos".

La nueva reforma "infalible" que propuso Julio César dio lugar a un nuevo sistema de 365 días para un año, en donde cada cuatro se agregaría un día más, y así, se creó lo que conocemos calendario juliano, la nueva herramienta humana para interpretar en lo que percibimos como tiempo, el ciclo en el que el planeta rodea al sol.

Julio César, sin embargo, murió sin enterarse que su herramienta tenía un minúsculo error de cálculo. 1,600 años después, nos dimos cuenta que los nuevos años bisiestos propuestos por Julio César, habrían recorrido los solsticios 10 días. un grave problema considerando que vivir a la altura de los equinoccios siempre fue de importancia trascendental para los sectores agropecuarios, sociales y hasta económico-políticos; no hacerlo tiene repercusiones científicas, militares y religiosos.

La celebración de la pascua es un buen ejemplo, su festejo tiene relación directa con el equinoccio de verano, de forma que cuando la iglesia se dio cuenta que, tal y como lo manifestaban intelectuales, los años bisiestos estaban desviando nuestros calendarios de los equinoccios, se promovió una reforma que arreglara el problema. Así, en 1582, el calendario juliano (por Julio César), terminó para dar paso al gregoriano, propuesto por el papa Gregorio en el siglo XVI.

La diferencia, muy sutil, tiene todo que ver con los años bisiestos.

Los 10 días que nunca existieron

Resulta que ciclo solar no dura 365 días exactos, sino 365.2422. Si una vuelta al sol del planeta tomara 365.25 días, el año bisiesto cada cuatro años resolvería el asunto de para siempre, pero la naturaleza no tiene inscrito en su razón de ser, que deba que ser fácilmente entendible por el hombre.

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Arreglar la desviación no solo pasó por añadir 10 días, sino en prever que los equinoccios no volvieran a dejarse a la deriva nunca más. La solución consistió, en paralelo al arreglo de 10 días, en modificar el concepto de año bisiesto con la siguiente regla: cada año que es divisible entre cuatro es un año bisiesto, excepto los años que son exactamente divisibles por 100, pero estos años centuriales son bisiestos si son exactamente divisibles por 400.

La nueva regla que fijó el calendario gregoriano suena más complicada que todo el sistema juliano, pero no lo es tanto. Define que cada 400 años tendremos tres excepciones al año bisiesto, a fin de compensar los efectos viciosos del día que hemos agregado al calendario. De esta forma, los años 1,700, 1800 y 1,900 no contaron con el tradicional 29 de febrero agregado, a pesar de que sí les correspondía. En cambio, los años 1,600 y 2,000 sí fueron bisiestos.

Lo mismo volverá a ocurrir en los siglos por venir: en los años 2,100, 2,200 y 2,300 no habrá 29 de febrero, pero en el 2,400 sí.

Una traducción audiovisual del asunto ha sido hecha de forma muy precisa por el investigador de la NASA, James O'Donoghue en el siguiente video:

En la primera mitad del video se explica que, con año bisiesto, se compensa el día que nos hemos quedado atrás, luego de cuatro años de tener 365 días, de forma que es necesario agregar un año bisiesto, tal y como Julio César lo hizo hace 2,000 años. Para evitar la nueva desviación, cada 400 años debe haber tres ocasiones que el año bisiesto no ocurra.

Al quedar pendientes .2422 días cada año, al juntarse luego de cuatro años dan un total de .9688 días. Aumentar un 29 de febrero nos da un excedente de .0312 días.

¿Y si no hubiera año bisiesto?

De no haberlo, las estaciones se recorrerían sin parar. El invierno en algún momento comenzaría a llegar en noviembre, para después desplazarse a octubre, septiembre y así sucesivamente.

El video de O'Donoghue explica que, si no se tiene ni un solo año bisiesto, todas las sesiones serían desplazadas 99 días en 405 años, de forma que, si por comprobar hipótesis dejáramos que aplicar el año bisiesto este 2020, para el año 2425 primavera comenzaría en junio; verano en septiembre; otoño en diciembre, e invierno en marzo.

Incluso con el calendario gregoriano, algún día tendremos que volver a hacer un ajuste, pues como aprendimos, incluso con la excepción de tres años bisiestos cada 400 años, no terminamos por ajustarnos al ciclo solar. Al menos estamos lejos de los efectos del juliano, pues desfasarnos un día completo tomará 3,200 años aproximadamente.

Una nueva discusión de calendarios, y qué haremos con ese día extra que no alcanzamos a hacer coincidir, la tendremos en algún punto antes del año 4800.

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