En 1947, Yukón alcanzó los -63 C y un científico empezó a escuchar conversaciones a cinco kilómetros de distancia

Yukon Frio
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Durante una fría madrugada de febrero de 1947, el meteorólogo Gordon Toole salió de su hogar cubierto hasta las pestañas de ropa. Vivía en Yukón, Canadá, una de las zonas más al norte y frías del continente americano, pero esa mañana algo era diferente. No solo hacía mucho más frío de lo normal, sino que escuchaba el ladrido de unos perros, provenientes del pueblo.

Esto no sería raro, si tan solo la pequeña ciudad de donde venían los ladridos no le quedase a seis kilómetros.

Aquella mañana, Yukón despertó con un ambiente gélido, como si el invierno hubiera lanzado sus últimos alientos, provocando un extraño efecto auditivo en la zona. De alguna manera, la gente podía escuchar los ruidos que ocurrían a kilómetros de distancia, como si los tuvieran a solo unos cuantos metros.

El día más frío

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La vista era terrible, el frío se cernió sobre Yukón y, de haber caminado por sus alrededores, solo habríamos podido apreciar lo que teníamos a unos cuantos pasos de distancia. Pero Gordon Toole fue capaz de percibir el extraño efecto auditivo que el clima estaba provocando. Parecía tener los oídos más poderosos del planeta. Una de las cosas que logró captar fue el resquebrajamiento del hielo en el río White, situado a 1.6 kilómetros de su ubicación. “Se quebró y retumbó con fuerza, como disparos”, diría Toole poco tiempo después.

Hacía demasiado frío, eso lo sabía Tool, pero ¿qué tan baja? Miró los termómetros que tenía en su lugar y se percató de que todos registraban el mínimo posible marcado por sus métricas. Se apresuró a llamar a su colega, Wilf Blezard, a quien convenció de regresar al cuartel de investigación para que lo ayudase a estimar la temperatura. Utilizando las herramientas de su laboratorio, Blezard calculó que debían estar a unos -63.8°C.

El protocolo es marcar con tinta el registro de temperatura, pero en muchas zonas de Canadá conviven tanto con el frío que saben que por debajo de ciertas temperaturas la tinta no fluye, por lo que procedió a registrar la medida con una lima. Unos meses después, corrigieron su registro, en realidad estaban a una temperatura un poco más alta: -63°C.

Durante mucho tiempo esa temperatura fue la más baja registrada no solo en Canadá, sino en América del Norte. Aunque a inicios de 2023, Mount Washington alcanzó una cifra récord con -78°C. Sin embargo, lo que siguió intrigando a los investigadores es cómo pudo Toole escuchar los ladridos de los perros en el pueblo o el resquebrajamiento del hielo a tales distancias.

La razón científica

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Pese a ser un fenómeno sorprendente, el climatólogo David Phillips parece tener la respuesta, compartida para National Post.

“Una inversión térmica hizo que las ondas sonoras se curvaran hacia el suelo en lugar de escapar hacia arriba. La gente del aeropuerto podía oír con claridad los ladridos de los perros y los habitantes hablando como si estuvieran cerca en vez de a cinco kilómetros”.

Cuando el ambiente está sometido a fríos extremos, como el que experimentó Toole y toda la gente de Yukón aquel día de 1947, el aire se propaga de una forma más lenta. Se forman capas de aire con diferentes densidades, de tal manera que una masa densa de aire se asienta sobre el suelo, mientras que el más ligero (y caliente) se posa encima, capa a capa.

Cuando las ondas del sonido viajan por medios así, se genera un fenómeno llamado refracción, que se estudia sobre todo en el campo de la física óptica y que explica el color del cielo o por qué el espacio parece ser totalmente negro. Tom Spears, editor de Ottawa Citizen, explica el fenómeno de la siguiente manera.

“Se doblan desde el aire que es menos denso hacia el aire que es más frío y más denso. Eso significa que las ondas que se propagan desde alguien a nivel del suelo se reenfocan hacia el suelo. El sonido sigue un camino curvo y viaja más lejos en esas condiciones”.

A esto se le suma la falta de vientos que dispersen el sonido. Estas condiciones permitieron un efecto sin precedentes que dotaba de un medio excepcional para poder escuchar lo que sucedía a kilómetros a la redonda. Además, el aliento de las respiraciones cuando caminabas dejaba una estela que seguía a su emisor por unos cuantos minutos.

Curiosidad innata

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Lo más sorprendente de todo este escenario, digno de una película de terror o una aventura ártica, es que sucedió de verdad, demostrando cómo podría ser vivir en territorios tan fríos como el de aquel día. Seguramente fue un espectáculo realmente sorprendente, digno de contarse para la historia.

Este evento recuerda la capacidad del clima extremo para desafiar nuestros sentidos y la asombrosa capacidad de la naturaleza para crear fenómenos únicos y fascinantes. Podemos reflexionar un poco al respecto, sobre lo sorprendente que es la capacidad humana de resistir ambientes en las condiciones más extremas; así como la curiosidad científica respecto a diversos temas, pues no todas las personas sentirían la necesidad de identificar el porqué detrás de los sonidos escuchados provenientes a más de cinco kilómetros.

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