Había un señor que no quería hacer Todos los Santos, decía que no era cierto, que no vienen, y se burlaba de que los demás sí creyeran. El día de Todos los Santos se fue al monte por leña y allá lo espantaron los muertos.
El Día de Muertos es una celebración con mucha tradición en México porque se honra a los familiares fallecidos con comida, música y cohetes; pero también entre risas y bailes hasta a la muerte se le agradece, porque a la muerte se le respeta, porque se le quiere, porque se le celebra y porque quien no lo hace, le va mal...
Al menos, esto es lo que nos cuentan las leyendas del Día de Muertos que de boca en boca se nos han narrado por siglos. Aquellas que representan parte de las tradiciones heredadas por nuestros antepasados, que le dan vida a las fiestas que caracterizan al pueblo, y donde la muerte siempre está presente.
A continuación te contamos tres historias que giran en torno a esta celebración con mucha tradición en México, y que fueron recopiladas por Amparo Sevilla, coordinadora del libro: 'Carnaval a Xantolo: contacto con el inframundo'.
El hombre que no puso ofrenda
Había un señor que no quería hacer Todos los Santos, decía que no era cierto, que no vienen, y se burlaba de que los demás sí creyeran. El día de Todos los Santos se fue al monte por leña y allá lo espantaron los muertos.
Que le dicen: “¿Por qué otros nos están dando y tú no? A otros amigos les están dando su comida, sus tamales, hay todo, ¿y por qué tú no vas a hacer nada?” Todavía llegó a su casa con trabajos y pensó: “Sí es cierto lo que dicen, hay que hacer Todos los Santos”.
Pero ya era tarde, ya se estaba muriendo. Ya se apuraron a buscar pollo y cosas, pero de qué servía. Se murió en el monte porque no quiso hacer Todos los Santos. Allá lo espantaron. Por eso es que toda la gente ya hace Todos los Santos.
La ofrenda es quizá el elemento más importante del Día de Muertos. Es el ritual colorido donde tanto el individuo como la comunidad están representados. Es un acto sagrado donde se comparte con los difuntos el pan, la sal, las frutas, el agua, el vino y la comida. Realizar el altar de muertos significa dialogar con nuestros familiares fallecidos, con su recuerdo y con su vida. La ofrenda, es en esencia, un ritual que convoca a la memoria.
Los elementos de la ofrenda también son una mezcla cultural donde los europeos pusieron algunas flores, ceras, velas y veladoras; mientras que los indígenas agregaron el copal, la comida y la flor de cempasúchil. El altar de muertos tal y como hoy lo conocemos, es un sincretismo del viejo y del nuevo mundo donde se recibe a los muertos con elementos naturales.
Algunos de los elementos imprescindibles que debes tener en cuenta para colocar tu ofrenda son los siguientes:
- Sal y mantel blanco: el color representa la pureza, además la sal es el elemento principal de purificación para que el cuerpo del difunto no se corrompa y pueda transitar entre este mundo y el de los muertos.
- Agua: además de ser un elemento que simboliza pureza, mitiga la sed de las ánimas después de su largo recorrido.
- Velas y veladoras: la flama que emiten tanto velas como veladoras simbolizan la guía para que los muertos encuentren el regreso a su antiguo hogar.
- Calaveritas: ya sean de azúcar o chocolate, estas representan la muerte acorde a la tradición de las culturas mesoamericanas. Hacen alusión a esa tradición prehispánica.
- Copal e incienso: fragancia de reverencia, éstos se utilizan para limpiar el lugar de los malos espíritus y así el alma pueda entrar a su casa sin ningún peligro.
- Flores: adornan y aromatizan el lugar durante la estancia del ánima, el cempasúchil es el símbolo de la festividad, la tradición marca hacer senderos con las flores de cempasúchil, desde el camino principal hasta el altar de la casa con la finalidad de guiar a las almas hacia la ofrenda.
- Pan de muerto: elaborado de diferentes formas, el pan es uno de los elementos más preciados en el altar, el cual significa fraternidad o afecto hacia los seres queridos que ya partieron.
- Papel picado: este elemento no solo le da color y alegría a la ofrenda, sino que representa el aire, como uno de los cuatro elementos que debe estar presente en cualquier ofrenda.
- Comida: la comida tiene el objetivo de deleitar a los muertos que visitan la ofrenda, se cocina en honor a los seres recordados, por lo que se acostumbra poner su comida y bebida favorita.
- Retrato: la fotografía del ser querido quiere decir que ella o él serán quienes visitarán la ofrenda.
La Fiesta de Todos los Santos
En un día de Todos los Santos, que es cuando vienen los difuntos y las ánimas a visitarnos pueblo por pueblo, en todas las casas, un señor dijo: "Yo no creo que vengan las ánimas de los difuntos. No lo creo, no vienen, son mentiras, yo no tengo tiempo, yo voy a trabajar". Y así lo hizo.
Trabajó todo el día, el mero día de Todos Santos, el día de los grandes, de los mayores, porque primero es el día de los chicos. De pronto se escuchó ruido de gente que platicaba en el camino. Pasaban muchos, iban contentos, unos cantando, otros bailando; llevaban canastas en la cabeza y cargaban chichihuites en el hombro, todos llevaban regalos y las ofrendas que habían recibido.
Las señoras iban cargando en la cabeza canastas con tamales; llevaban tamales chicos y grandes, llevaban atole, lo cargaban en cántaros, lo llevaban en jarros; otros llevaban mazorcas en mancuernas, todos iban muy contentos. Entonces el señor pensó: “Ya veo que esas personas no son gente de verdad, porque no las conozco; van otros señores que hace años he visto. Pobre de mi papá”.
“Ahora ya lo creo, todos los difuntos, todas las ánimas vienen”, dijo, y entonces los llamó: “Papá, papá, mamá, mamá quiero hablar con ustedes, yo no creía. Dispénsenme, yo no sabía que ustedes venían a visitarme; ahora veo que de veras es cierto. Hagan el favor de esperarme un poco, voy a hacer también una ofrenda grande, ahora ya sé que de veras vienen.”
El señor, regresó a su casa. Mató puerco y pollos e hizo tamales grandes. Puso el altar; estuvo preparando ofrenda toda la noche para que cuando amaneciera la gente fuera a hacer el rosario, a rezarle a las ánimas de sus papás. En el momento que terminó sus quehaceres, sintió que le dio cansancio y le dijo a su esposa: “Voy a descansar, así tan pronto cuando estén ya cocidos los tamales pruébalos y avísame. Voy a ir a dejar la ofrenda allá donde me va a esperar mi papá.”
Y el hombre se fue a descansar a su cama; descansó y como a la hora le fueron a hablar, pero el hombre ya no estaba con vida. Estaba muerto. Murió en su cama. Cuando la señora vio finado a su esposo, avisó a los vecinos, a los familiares. Los tamales y la ofrenda que se hicieron para su papá se los comieron los que ayudaron a enterrar al difunto.
Dicen que el mexicano vive de fiesta, tanto que hasta en la muerte la celebran. El Día de Muertos es una tradición que refleja la esencia del mexicano, que tiene espíritu festivo por naturaleza, aquí somos tan alegres y fiesteros, que convertimos esta fecha en una celebración, mientras que en otras partes del mundo son días de duelo, seriedad y reflexión.
En pocos lugares del mundo se puede vivir un espectáculo parecido al de las grandes fiestas religiosas de México, con sus colores vívidos y puros, sus danzas y ceremonias, fuegos artificiales, trajes insólitos y la enorme diversidad de comida, frutas, dulces y objetos que se venden en las plazas y mercados.
No olvidemos tampoco las famosas rimas llamadas "calaveritas", en donde de manera divertida y en tono burlón se habla de la muerte de personajes, amigos y hasta familiares.
El hombre que no respetó el día de los difuntos
En cierta ocasión, un hombre no respetó el día de difuntos. Se trataba de un hombre que no quería perder un solo día de trabajo en su parcela. Así que cuando llegó la fecha de celebrar el día de difuntos se dijo: “No voy a perder mi tiempo en este día, debo ir a trabajar a mi parcela, cada día debo buscar algo para comer y no voy a gastar mi dinero para esta fiesta, que además me quita mucho tiempo".
Así que se fue a trabajar al campo, pero cuando estaba más ocupado escuchó una voz que salió del monte y le decía: “Hijo, hijo, quiero comer unos tamales". El hombre se quedó muy sorprendido y pensó que era su imaginación la que le hacía oír cosas, pero poco después escuchó claramente otras voces, como de personas que conversaban entre sí y lo llamaban por su nombre; reflexionó sobre lo que estaba sucediendo y comprendió que eran voces de su padre y familiares difuntos que clamaban por las ofrendas que les había negado.
Inmediatamente dejó su trabajo y regresó corriendo a su casa; ahí le dijo a su mujer que matara unos guajolotes e hiciera unos tamales para ofrendarlos a sus difuntos en el altar familiar. Mientras la mujer trabajaba sin cesar en la cocina preparando las ofrendas, el hombre se acostó a descansar por un rato. Cuando todo quedó listo fue la mujer a despertar a su esposo. No logró despertarlo, pues el hombre estaba muerto; aunque había cumplido con lo que pedían sus familiares difuntos, estos de todos modos se lo llevaron.
Por eso nunca se debe dejar de ofrendar a los muertos el 2 de noviembre; se prenden cohetes y bombas para que su ruido espante al demonio; también se encienden velas para que iluminen el camino al difunto. Si a éste le gustaba mucho el aguardiente, por ejemplo, se le debe comprar y poner en el altar para que lo tome. Estos ritos son obligatorios, porque si no se celebran es muy posible que los muertos se lleven al dueño de la casa.
De la muerte nadie se escapa, eso es un hecho. Sin embargo, pese al dolor que su presencia pueda provocar, de nuestros pueblos indígenas hemos aprendido a percibirla como una celebración.
Y es que más que tristeza, a la muerte se le respeta, se juega con ella, hasta se burla de ella. Sí, ella. La Huesuda, la Calaca, la Tiznada, la Catrina, la Llorona... Ella, es un elemento importante que junto a la tradición, la fiesta, y el horror, conforman un sincretismo cultural que tiene su raíces en la época colonial, pero que hoy forma parte de la identidad de todo el pueblo mexicano.
No por eso significa que el miedo no se haga presente, de hecho, la mezcla de tradiciones coloniales hizo que México tuviera un sin fin de leyendas que evocan al horror, la brujería y por supuesto, la muerte.
Algunas leyendas de horror que se suelen contar en vísperas del Día de Muertos son: La Leyenda del Charro Negro, que se dice que se le aparece a los viajeros solitarios y que incita a tomar malas decisiones. La Mulata de Córdoba, quien era una mujer acusada de brujería y que fue encarcelada injustamente, pero que tras dibujar un barco en la pared de su calabozo, saltó en él, para perderse en la inmensidad del dibujo.
Y claro, no olvidemos La Leyenda de la Llorona que gira entorno al espectro de una mujer que vaga por distintos lugares, cerca de ríos, lagos, pueblos y ciudades, lamentándose por el terrible crimen que ha cometido: asesinar a sus hijos.
La celebración del Día de Muertos se lleva a cabo los días 1 y 2 de noviembre y se divide en dos categorías de acuerdo con el calendario católico: el 1 de noviembre corresponde a Todos los Santos, día dedicado a los “muertos chiquitos” o niños, y el día 2 de noviembre a los Fieles Difuntos, es decir, a los adultos.
Cabe mencionar que la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), declaró en 2008 esta festividad como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, por su importancia y significado que contribuye a reforzar el estatuto cultural y social del pueblo mexicano.